Comienzan los años `90, y Víctor Saldaño decide dejar la secundaria en los últimos años de su Córdoba natal. No solo escapa de la Escuela Mecánica de la Armada Argentina, sino que se va de su casa sin aviso y con la idea de conocer el mundo.
Su recorrido aventurero lo llevaron por varios países de Amérca del Sur, hasta llegar a México y posteriormente un ingreso ilegal a Estados Unidos. Su primera parada fue Nueva York, pero terminó radicándose en Texas, lugar donde marcaría el destino para toda su vida.
El 25 de noviembre de 1995, Saldaño junto a Jorge Chávez, un amigo mexicano, se emborracharon y drogaron en Dallas, departamento de Texas. Esta situación los llevó a abordar a Paul Ray King, un vendedor de computadoras de 46 años a quien secuestraron en su auto, robándole un reloj y 50 dólares.
En un momento de distracción King quiso escapar, pero lo asesinaron a tiros. Días más tarde Saldaño fue identificado y detenido con un arma y el reloj de King. En julio de 1996 la Justicia del Estado de Texas lo condenaría a morir mediante una inyección letal.
Sin embargo el fallo fue apelado por los abogados de Saldaño, quienes objetaron que la sentencia estuvo rodeada de conceptos racistas. La Corte Suprema de Estados Unidos les dio la razón y Texas tuvo que realizar otro juicio. Una nueva sentencia llegaría en 1999, pero con el mismo destino: la muerte.
La apelación se reiteraría durante 2002 y 2004, pero la Corte ratificaría la sentencia en todos los casos. Sin embargo en 2005, sería el estado de Texas quien pediría de una vez que se realice la ejecución. Las facultades mentales de Saldaño serían el impedimento esta vez ya que no le permitían comprender lo que pasaba.
Los años pasaron, y la sentencia no se llevó a cabo. Sin embargo Víctor Hugo Saldaño ha estado los últimos 23 años en el corredor de la muerte de las cárceles de Texas, Estado donde han sido ejecutadas 515 personas. Este sitio está declarado por los organismos internacionales de derechos humanos como un lugar de “tortura” donde los presos esperan su ejecución.
Hoy con 47 años parece que su vida está cerca de terminar. En los últimos días la justicia norteamericana denegó la última instancia de apelación, y parece inminente su ejecución a través de una inyección letal.
Su madre, Lidia Guerrero quien viajó y lo acompañó desde su detención, esta vez descartó la posibilidad de recurrir a otra instancia judicial para impedir la ejecución. “Ellos son responsables de la decisión que tomen”, dijo ya como un acto de sentencia.
Época
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